Texto de Luis Ignacio Saénz

Mónica Dower, de estirpe nómada

Buscando raíces: Chorzele – Oaxaca.

Luis Ignacio Sáinz

Perseguidas y expulsadas de sus orígenes, las doce tribus de Israel terminaron por convertirse en seres metafóricos, identificados con el viaje. Sus raíces se convirtieron en alas, lo que les permitió afincarse donde fuera, sin distinciones de ningún tipo, a lo largo y a lo ancho del globo terráqueo; logrando hacer sinónimos el origen y el destino. El ser sin tiempo anidó en el espíritu con todo su menaje de creencias, simbolismos, rituales. De esta forma podría transportarse y relocalizarse sin inconvenientes de consideración. El éxodo como emblema. Cada miembro de la comunidad guarece en su seno a un migrante: ese alter ego que mientras se hacía de una geografía propia, aprendió que su razón de existencia halló refugió hasta en el último resquicio de un planeta que les ha sido más prueba dolorosa que prefiguración paradisiaca con su solaz y molicie. Ayer y hoy la errancia se ha impuesto como un designio providencial, un desplazamiento que ilumina aun en las pérdidas, capaz de conciliar la memoria con la esperanza, evitar pogromos [1] (del ruso погром, “causar estragos, demoler violentamente”) sin fin, y forjarse a pulso un futuro propio.

Con su profundidad acostumbrada, nunca exenta de humor, Mónica Dower nos convida en imágenes preñadas conceptualmente, la visualidad de un traslado, de una itinerancia, la del abuelo paterno Zelig Schnadower de Chorzele, Polonia, donde nace en 1908, a Slawuta, Ucrania, donde arriba en 1914 y reside hasta sus diecisiete años, pues el Ejército Rojo pretendía reclutarlo entre sus filas y de allí a Berlín, Alemania, donde obtendría una visa para México en 1927. En algún momento de 1929 embarcaría en el puerto de Saint Nazaire en el Mexique, rumbo a Veracruz y sin respirar siquiera, al rehuir detenerse en el litoral, proseguiría su diáspora (del griego διασπορά, “dispersión”) hacia Oaxaca.     

Huyendo del incendio de la sinagoga de Sniadowo en Polonia, acuarela sobre papel 40 x 60 cm., 2019

la sinagoga (1768) original.

Los albores del siglo XX presagiaron tormentas y cataclismos de enorme poder destructivo en una geografía que, bien vista, no ha conocido nunca, en periodos prolongados, la paz necesaria para la construcción del bienestar colectivo. Europa ha sido siempre un polvorín, capaz de engañarnos pues, a pesar de sus monstruosidades, se parapeta en un narcisismo que le permite insinuar cuando no respaldar, a diestra y a siniestra, decálogos de buena conducta, idearios libertarios y hasta modelos políticos de organización social. Su noción de progreso es en su misma esencia restrictivo y excluyente, de allí que haya sido siempre un foco expulsor de poblaciones enteras.

Todo ello como si ese Continente no hubiese sido frecuente –y hasta permanente- campo de batallas sangrientas, dolorosas y, por supuesto, inútiles. Con el agravante que cuando las diferencias entre sus partes desbordan sus territorios ideológicos y materiales, trasladan y expanden sus disputas a los espacios sojuzgados allende el Atlántico, en pos de esa novedad bautizada América, cruzando el Mediterráneo del Magreb hasta el África austral y remontándose hacia los confines orientales del mundo conocido, en los rumbos de Bharat, Cipango, Catay, y sus inmediaciones.

En esta atmósfera enrarecida, la de un colonialismo atroz que resiste el embate de quienes se afanan en evaporarlo, suspendida de algún modo por el onirismo imperante en un salón de clases ucraniano, el futuro migrante conocerá por uno de sus instructores una novedad trasatlántica: la imagen de un árbol gigante, incapaz de detener su crecimiento, empeñado en ser un marcador terrenal, ya que ensancha su tallo conteniendo la expansión de su fronda, renunciando así a la bóveda celeste. Taxodium mucronatum, para algunos, sabino; para otros, ahuehuete, en náhuatl “viejo del agua”, prodigio del Tule [2].  

Ese registro visual marcará la fantasía futura del explorador Schnadower y de su nieta en síntesis magnífica, Dower, adicta a los emblemas, -esa fusión de imagen y concepto que le debemos a Alciato [3] en su versión moderna- que estampa con agua en la sutileza y graba con fuego en la denuncia. ¡Qué designio tendría que cumplir tan decidido viajero, fugitivo de la leva del Ejército Rojo, para honrar una especie de voto metafísico como destino histórico!

Sueño en Chorzele, acuarela y grafito sobre papel, 46 x 30 cm, 2019.   

           Sueño en Chorzele, 160 x120 cm, óleo sobre tela, 2019.

La pertinencia del árbol está fuera de duda, representa un puente entre raíces heredadas y heredables, que el transterrado cuidará con primor, pues defiende su memoria, por dolorosa que sea, y la presentifica en una utopía escolar que funge de salvación. Tan insólita operación de sobrevivencia metamorfosea una iglesia católica en una especie de petite cadeaux, un obsequio icónico y claro está simbólico, que es una referencia topológica dominante del paisaje abandonado y además es un núcleo comprensivo del porqué de la huida, ya que allí anida la violencia desatada del antisemitismo y sus pogromos, imponiendo la odisea marítima como manumisión, remontando y proyectando el origen de una aldea polonesa, nutriente y antropófaga, hacia un punto de arribo delirante: la geografía mixteca y zapoteca anudadas en un ente botánico, viejo, enorme y cercano al agua: ahuehuetl. Entonces, la identidad del protagonista suma y multiplica sin cesar, olvida los agravios y desiste de restar y dividir. Apela a una continuidad que haya su pertinencia en articular un pasado-evocación con un futuro-esperanza en el punto de encuentro y tránsito del presente-oportunidad.  

Migrantes con sus alas raíces esperando su barco, 30 x 46 cm., grafito sobre papel de algodón, 2019.

Migrantes con sus alas raíces esperando su barco, 100 x 160 cm., óleo sobre tela, 2019.

Con todo y templo se hace a la mar en el puerto de Saint-Nazaire (Nantes) montando en el buque que avizora su destino, Mexique, fondeado en el antiguo Corbilo, descrito por Piteas, el navegante griego del siglo IV antes de nuestra era, que fatigara las rutas septentrionales de Europa, el espacio advocado a la princesa fenicia raptada por Zeus (“el mentido robador…”), oculto en un robusto y manso toro níveo, que la transporta a la isla de Creta donde parirá a Minos y Sarpedón. Siglos más tarde, don Luis de Góngora y Argote inmortalizará este “deleite del delito”, como le gustaba enunciar los excesos del Barroco al implacable erudito José Deleito Piñuela (1879-1957), en la apertura de Las Soledades (1613), tras la exultante dedicatoria al duque de Béjar.

Intervención fotográfica, transfer y acrílico sobre papel, 50 x70 cm., 2019.

Mexique [4], barco que transportó a infinidad de emigrantes a México;

El crucero Mexique, en movimiento gracias a cuatro hélices y 14,500 caballos de fuerza, no fue concebido como tal, sino como un acto de renominación, pues era el famoso Lafayette de la Compagnie Génerale Transatlantique (CGT) puesto en operación en 1915, construido en los Chantiers et Ateliers de Provence, Port de Bouc, como el casco X22, siendo botado el 31 de marzo de 1914 como Ile de Cuba. Como se verá, las identidades de los barcos se yuxtaponen sin miramiento o pudor alguno, las voces que los nombran van modificándose en función de las necesidades del momento. Semejantes transportes trogloditas modifican su vocación en un santiamén. En este caso: de transporte de pasajeros a las Antillas, México y América Central, dados los ataques de submarinos alemanes se suspende esa línea para destinarse al servicio postal en la ruta a Nueva York desde Burdeos a partir del 31 de octubre de 1915.

Los avatares no terminarían, de tal suerte que poco después, en enero de 1917, el gobierno francés lo requisaría para transformarlo en buque hospital que transportaba tropas de vez en cuando, entre Toulon y Salónica, cubriendo además destinos en el Egeo, el Mediterráneo y el mar del Norte. Es devuelto a la empresa CGT el 22 de octubre de 1919 para atender la travesía entre El Havre y Nueva York y un año después comienzan sus escalas en puertos españoles. Desde 1924 se concentró en la ruta a Cuba y México; a fines de noviembre de 1928 haría base en Saint Nazaire para ser rebautizado el 26 de diciembre por fin como Mexique, iniciando misiones desde el 21 de enero de 1929, año en el que emprendió cuatro viajes redondos [5]. En alguno de ellos se matricularía Zelig Schnadower confiando alcanzar la tierra prometida del árbol del Tule…

Agotado el recorrido oceánico, ya huérfano de Atlas o Atlante [el titán de segunda generación hijo de Jápeto y la oceánide ninfa Clímene, sentenciado por Zeus a soportar la bóveda celeste, en los rumbos del jardín de las Hesphérides, tras ser derrotado en la Titanomaquia por su alianza con Crono y sus hermanos], se impuso al exitoso migrante, como impostergable, sobrevolar el territorio oaxaqueño, a fin de identificar su lugar de destino.

Levitará entonces, por las geografías mixteca y mazateca, hasta encontrar sus nuevas señas de identidad que, entre delirios y trances alucinantes, poblarán el imaginario de Zelig Schnadower en la crónica visual de su nieta, Mónica Dower, asumida sin ambages en su calidad de tlacuilo o tlacuila por aquello de la corrección política de género, “quien escribe pintando” [6]. La nueva residencia mexicana aportará una simbiosis de elementos culturales propios, indígenas y mestizos, con aquellos otros provenientes de distintas latitudes del Viejo Mundo: Polonia, Ucrania, Rusia, jaspeados adicionalmente por los cánones judíos.

Abuelo volando sobre paisaje mixteco, acuarela sobre papel, 30 x 46 cm, 2019.

Abuelo sobrevolando la sierra mazateca con sus alas/raíces (y a la vez cómo estas ramas están en el lugar exacto de unas posibles alas, les sirven también como eso, como alas para desplazarse y viajar a donde quieran), acuarela sobre papel, 30 x 46 cm., 2019.

Mónica Dower es una creadora multidisciplinaria que compone constelaciones de sentido, es decir escenarios históricos-emocionales-conceptuales de visualidad avanzada, resignificados a través del dibujo, la pintura y el video. Empero, semejante complejidad no empaña la transparencia de su discurso, integrado por obras entrañables que favorecen una miscelánea de abordajes. Memoria, identidad y el futuro anterior, eso que pudo haber sido y deviene pariente del utopismo, serán las columnas de soporte de su esqueleto estético. Este torrente de imágenes, sueños, ideas, realidades, prohíja la mejor producción de esta compositora de aventuras quien teje un itinerario real y artificial, la génesis transfigurada (re-ensamblada) de su propia historia a lo largo, al menos, de tres generaciones.

Será gracias a su condición volátil que le facilita desplazarse atmósfera de por medio, incluso con el viento en contra, en razón de una mecánica inaudita: la mezcla de alas con raíces, que fije su residencia el migrante. Algunos filósofos defienden la idea de que el aprendizaje resulta posible solo a partir de la emulación. Otros seres, ávidos de sobrevivir, siguen su ejemplo y se instruyen en el arte de moverse entre las nubes, acumulando plumas que forran sus extremidades superiores y al batirlas les permiten flotar en las alturas y transportarse a voluntad. Ocurre pues, un fenómeno desconcertante: quienes portan tales medios de locomoción, se deshumanizan, convirtiéndose en una especie de nuevo tipo: aves con capacidad de atesorar la experiencia, evocadoras a la letra, y también hábiles en decodificar lo asombroso que rompe con lo sabido.

Hombre rama cargando su propio sueño, 240 x 240 cm., carbón sobre papel amate entelado, 2004.

Entre ellos, el piloto sin avión, Zelig el temerario, oteó el espacio y definió comarcas a ratos enfrentadas, en tiempos coincidentes, de notoria grandeza en los ejemplos de sus urbes más emblemáticas: Mitla o Lugar de muertos en náhuatl, Lyobaa o Lugar de descanso en zapoteco, Ñuu Ndiyi o Lugar de muertos en mixteco; y Monte Albán, ambos asentamientos pluriétnicos, descendientes de la roca, la arena y las nubes que no reconocen otro origen como no sea el divino en la mediación oportuna del árbol del roble, por eso los zapotecas (en náhuatl, pueblo del zapote) se denominan a sí mismos be´neza (gente del roble). Sofisticación admirable que capta la artista-cronista en su plasticidad.

Origen y destino, abuelo cayendo en Monte Albán (antes de su exploración),

a lo lejos es visible la iglesia de Chorzele, su pueblo natal; acuarela sobre papel, 30 x 46 cm., 2019.

Origen y destino, Monte Albán antes de su exploración y el campanario de la Iglesia de Chorzele a lo lejos, grafito sobre papel, 30 x 46 cm., 2019. [Dibujo basado en el archivo Caso].

Y en estas ciudades, Monte Albán y Mitla, el migrante procedió a experimentar con injertos nemotécnicos y culturales: desde la incorporación del templo de Chorzele, significativo del pueblo de su nacimiento, aunque la religión que representa le sea ajena, ese catolicismo polonés tan agresivo con las otredades que hasta exterminios y saqueos patrocinó, hasta la visita y “petición de posada” de un piquete de rusos aterrizando en la capital zapoteca. En esta zona de los Valles Centrales de Oaxaca se encuentra el leitmotiv de la peregrinación: Santa María de la Asunción del Tule, morada y refugio del gigantesco ahuehuete, doblemente milenario. Árbol sagrado capaz de alojar una decena de matrioshkas.

Sueño astral en Mitla, acrílico sobre tela, 100 x 160 cm., 2018.

Abuelo cayendo sobre Mitla, grafito sobre papel, 30 x 46 cm., 2019.

Rusos aterrizando en Monte Albán, óleo sobre tela, 100 x 160 cm., 2019.

    Árbol de la vida, (doble árbol, conformado por el Tule y las matrioshkas que ocupan el emplazamiento del árbol de la Kabbalah (Cabalá) con sus 10 sephirot), acuarela y grafito sobre papel, 57 x 77 cm., 2019.                            El Sefer Yetzirah o Libro de la Creación contempla la suma de emanaciones o atributos (sephirot) del Ein Sof, lo Infinito y lo Eterno [7].

Y para no creerse, tan desmesurada muestra de la botánica mexicana, el ahuehuete, se permite engalanarse con diez juegos de muñecas casi sin fin, que guardan cada una a ocho de ellas en su interior, representando la capacidad reproductiva de las mujeres y cómo ellas constituyen el hilo conductor de la tradición y por ende de las raíces de la vida, la cultura y la civilización. Las matrioshkas surgen cuando hacia fines del siglo XIX, la mujer de Savva Mámontov, un famoso mercader, empresario y mecenas ruso, trajo un prototipo de la isla japonesa de Honshú del juguete de nombre Fukurama que representa al dios Fukurokuju (福禄寿, personificación de la estrella polar del sur y guardián de la riqueza, la felicidad y la longevidad),  que contiene  a las siete deidades de la fortuna o Shichi fukujin (七福神), arriba a la fábrica de la localidad de Sérguiev Posad, antigua Zagorsk, donde el tornero Serguéi Maliutin confeccionó una versión en madera de tilo y el artesano Vasili Zviózdochkin las ornamentó con gouaches de una niña eslava vestida con un traje popular. Su denominación rusa deriva de la popularidad que tuviera en esa época el apelativo Matriona, y de allí Matrioshka.

Mónica Dower, arqueóloga de los orígenes familiares, logra con tremenda naturalidad reconocer los puntos de contacto entre el antes y el después del viaje de su abuelo paterno Zelig Schnadower [8]. Universos de sentido hermanados: el de la Mitteleuropa, en la ebullición explosiva de sus espiritualidades abrahámicas, y el de Mesoamérica, en la diversidad no reconocida de sus etnias y culturas. Tan fascinante hazaña, si bien fue detonada por las asechanzas de los autoritarismos, la logró materializar la magia del árbol del Tule en la mirada de un niño, al conquistar su imaginación, en un salón de clases en Ucrania hace más de un siglo…

Genealogía, grafito y acuarela sobre papel, 50 x 70 cm., 2019.


[1] Parece ser que el primero de estos disturbios antisemitas ocurrió en Odesa en 1821, alcanzando su clímax de exterminio y destrucción en Ucrania y el sur de Rusia entre 1881 y 1884. Ya en el siglo XX, militares rusos y polacos, además de nacionalistas ucranianos, perpetrarían las más incalificables fechorías, exterminios y despojos, en Bielorrusia y la Galitzia polonesa desde los montes septentrionales de los Cárpatos y los valles de los ríos Vístula, Dniéper, Bug y Seret, en el bienio 1918-1920. Véase, León Poliakov: Historia del antisemitismo (tomo IV): La Europa suicida, 1870-1933,traducción de Josep Elias, prefacio de Jorge Semprún, Madrid, Muchnik Editores (después El Aleph), 1981, 462 pp.

[2] Especie también conocida como Taxodium huegelii. Este ejemplar de ciprés mexicano se localiza en el atrio del templo de Santa María de la Asunción, en el TuleOaxaca. Es una especie gozosa que destaca entre las más robustas y longevas del planeta. Datos oficiales de hace más de dos décadas señalan que supera los dos milenios de antigüedad, contando con un diámetro mayor a los 14 metros, un perímetro superior a los 46 m.; una altura de 41.85 m., un peso calculado en poco más de 636 toneladas y un volumen estimado en 816.829 m³. Quizá la primera fotografía del coloso se la debamos al explorador francés Claude-Joseph Désiré Charnay (1886).

[3] El jurisconsulto lombardo Andrea Alciato (Milán, 1492-Pavía, 1550), autor del Emblematum liber (1531, Augsburg) dedicado a Conrad Peutinger; edición no autorizada de Heinrich Steyner, mientras que la versión legítima es la parisina de Christian Wechel (Andreae Alciati Emblematum Libellus, 1534), que alcanzara las cien ediciones antes de que venciera el siglo XVIII. Inauguró un género moralizante, próximo a las sentencias senequistas y el pensamiento de Tácito, que combinaba palabras e imágenes, un símbolo acompañado de su concepto más una sentencia básica y un escolio a detalle. En 1548 el impresor Macé Bonhomme y el librero Guillaume Rouillé ofrecen en el taller de la antigua Colonia Copia Claudia Augusta Lugdunum, en la actualidad Lyon, un volumen con 201 emblemas, 128 de los cuales cuentan con una estampa gráfica de la autoría de Pierre Eskreich (ca. 1530-h.1590).   

[4] El crucero Mexique se fue a pique el 19 de junio de 1940 en el puerto de Le Verdon, al colisionar con una mina magnética en el estuario de la Garona, explotar y hundirse. Con diferencias menores sus datos corresponden con los de la postal: TRB (toneladas de registro bruto) de 11.593. Eslora: 171.60 m. Manga: 19.50 m. Matrícula: St. Nazaire. Velocidad: 18 nudos.

[5] Véase, Paniagua Mazorra, Arturo: “Mexique, el final de una época”, en The World Ship Society, Spanish Branch, 20 de agosto de 2017: https://sewss.org/mexique-el-final-de-una-epoca/ Continuaría sus rotaciones de Saint Nazaire a destinos del Nuevo Mundo y a partir de 1936, con el estallido de la Guerra Civil en España, trasladaría exiliados en busca de refugio. El 7 de junio de 1937 arribaron a Veracruz 456 niños que serían protegidos y salvaguardados en la Escuela Industrial España-México de Morelia, Michoacán, y después en seis casas hogares localizadas en la ciudad de México para que prosiguieran su formación educativa. Ambas iniciativas contaron con el respaldo del gobierno de México y de la Federación de Organismos de Ayuda a los Republicanos Españoles (FOARE), la que en 1942 alentó el Patronato Pro Niños Españoles que presidiera el pedagogo extremeño de Badajoz Rubén Landa Vaz (1890-1978).

[6] El verbo náhuatl para designar los ejercicios de la escritura y la pintura es tlacuiloa. Así que vale tlacuila.

[7] Las diez sephirot son: Keter, Corona; Hokhmah, Sabiduría; Binah, Entendimiento; Da’at, Conocimiento; Hesed, Misericordia; Gevurah, Severidad; Tif’eret, Belleza; Netzach, Eternidad; Hod, Esplendor; Yesod, Fundamento; Malkuth, Reino. La versión de Isaac Luria registra, aunque no aparezcan en este árbol, las contrafuerzas demoniacas, tentaciones destructivas, llamadas Qliphoth. Hasta el misticismo judío viajó al Tule.

[8] El proyecto de exposición Chorzele/Oaxaca: Buscando Raíces integra 11 óleos sobre lienzo (de 100 x 160 y de 140 x 160 cm.); 70 obras sobre papel de distintos tamaños, incluyendo fotografías de archivos diversos, incluyendo el Alfonso Caso, impresas sobre papel; y 2 versiones del documental de Daniel Goldberg Un beso a la tierra (1995; de 3 y 4 minutos de duración), donde a los 86 años el protagonista de esta zaga evoca su arribo a Veracruz y su procesión a Oaxaca.

Mónica Dower, Incendio en Jebwabne óleo sobre tela 120 x160 cm 2020

2 comentarios en “Texto de Luis Ignacio Saénz

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